8.12.11

A la Virgen de la Soledad

Señora:como una primavera de puñales
miro tu corazón que parpadea
al pie del árbol sangre.

Tu soledad sin horizonte alcanza
la original potencia elemental,
y el pálido perfil que perece en tu manto
me seca la garganta con el llanto olvidado
en la mitad del desierto.

Sin una lágrima, sin un sollozo, sin una sombra
tu rostro hecho de espinas y de clavos
me mira al pie de tus pies apagados.

Soy un poco de tierra amoratada
que azotó el huracán de caballos desnudos.
Soy un poco de nada puesto al servicio de la noche
para que se consuman los jaguares
de mis fuegos antiguos.
Soy lo que pudo ser un mediodía nublado
lleno de pájaros muertos.
Soy el eco de tu soledad, Señora,
Reina de reinas de las soledades.

Yo te acompaño en este no decir nada.
Yo te acompaño en esta sangre santa.
Yo te acompaño en este fruto quieto.
Yo te acompaño allá muy hondo
en tu virginal sabiduría.

El cielo tiene la hora de un reloj descompuesto.
Las piedras son como sílabas dispersas.
La soledad sin fin es como un cuello lleno de collares estrangulados.

Yo no tengo en las manos nada,
ni siquiera tengo mis manos en las manos,
ésas, todas manzanas y peras,
esas pequeñas bestias del tacto.

Estamos solos en medio del mundo,
divinamente misterioso y terrible,
Reina de reinas de las soledades.
Yo soy el perro hambriento que agusanó la noche,
huérfano y prodigioso, todo nadie y estrellas,
seco de sed y harapo oculto de ladridos
en el hueco de algo que no sabré decirte
si está en mí, en los demás o en algo
que si existe, no existe sino en tus ojos vírgenes.

Carlos Pellicer, México, 1899 - 1977.

26.11.11

Mirra de Damasco

Ya me he quitado la túnica;
¿cómo ponérmela de nuevo?
Ya me he lavado los pies;
¿cómo ensuciarlos?

Levantéme para abrir a mi amado,
y mis manos gotearon mirra;
de mirra exquisita
se impregnaron mis dedos
en la manecilla de la cerradura.

Abrí a mi amado,
pero mi amado, volviéndose,
había desaparecido.

Mi alma desfalleció al oír su voz.
Lo busqué y no lo hallé;
lo llamé, mas no me respondió.

Encontráronme los guardias
que hacen la ronda en la ciudad;
me golpearon, me hirieron;
y los que custodian las murallas
me quitaron el manto.


Mi amado bajó a su jardín,
a las eras de bálsamo,
para pastorear en los jardines,


He bajado al nogueral,
para mirar las flores del valle,
para ver si ha brotado la vid,
si florecen los granados.


Ya despiden su fragancia
las mandrágoras;
junto a nuestras puertas
hay toda clase de frutas exquisitas;


Oh tú que habitas en los jardines,
los amigos desean oír tu voz.
¡Házmela oír!


Fragmentos de El Cantar de los Cantares de Salomón.

27.7.11

Diario Fatimiya.

Ni bien entresaqué lo que esa estirpe de mujeres incandescían en mi espíritu, cada vez que las topaba a lo largo de mis peregrinaciones, entré por unas tardes, cada vez que lograba la sintonía del jardín, a un país de clima seco y diáfano uncido por el regusto de una deidad que las incluía en su perfume, que de tan terrestre, de pronto no lo era, además indistinguible de los aromas, de los frutos y abejorros que no veía. Era la Fátima de mi ser transportándome a un paisaje cierto como la estirpe que me llevaba a esa región de mis estaciones paradisíacas. Si tuve a alguna de esas mujeres -ya no lo recuerdo- fue para indicarme que la incantación obra, como entre los Fieles de Amor, mientras la fibra de atracción permanezca libre y célibe, capaz de resonar en varios mundos, y no enquistada a uno desde el que se nos exige la fidelidad del Infiel. Mi hermano Sikya me habló de las cortes de amor allende el Mediterráneo, que nunca procreaban ni iban al lecho, y supe entonces que mi próxima estación estaría entre aquellos que habían comprendido.


Al Kharim Mouni Bahka, hacia el siglo xii, Diarios de los Fatimiyas, traducido por Corbin.

17.6.11

Fatimah Torah

Cuando la Torah aparece fuera de su estuche y se esconde inmediatamente de nuevo, lo hace sólo para aquellos que la conocen y tienen confianza en ella, pues la Torah es una amada bella y bien hecha, que se esconde en una pequeña habitación retirada de su palacio. Tiene un solo amante, que nadie conoce y que permanece oculto. Por amor hacia ella, este amante pasa siempre delante de la puerta de su casa y, buscándola, mira por todas partes. La amada sabe que su amante va y viene sin parar delante de la puerta de su casa. ¿Qué hace ella? Abre una pequeña hendidura en la habitación oculta en la que se encuentra, y por un instante desvela su cara al amante, escondiéndose inmediatamente de nuevo. Todos los que, por ejemplo, estuvieran al lado del amado, no verían nada. Sólo que el amado la ve y todo en él, su corazón y su alma, se vuelve hacia ella, y sabe que, por amor hacia él, se ha dejado ver un instante y ha ardido de amor por él.


Lo mismo ocurre con la Torah secreta. No se revela más que a aquel que la ama. La Shekinah Torah sabe que el sabio de corazón camina cada día hacia la puerta de su casa. ¿Qué hace ella? Muestra su cara fuera de su palacio oculto y le hace una señal, luego regresa enseguida a su lugar y se esconde. Todos los que se encuentran allí no lo ven y no lo saben, salvo el sabio de corazón y todo en él, su corazón y su alma, se vuelven hacia ella. Por esta razón, La Torah está visible y escondida al mismo tiempo, y va llena de amor hacia su amado, despertando en él su amor.


Zohar, II-99.

5.6.11

Naná Buruku

Las devas del Dog operan en un ojo de agua circunvalado por árboles pesados, anfiteatro en el que se hunden las garras de la hiedra y los sauces. Apenas después de la medianoche algunas mujeres-sombra se acercan para oir a Naná aleteando junto al agua, en las aguas pantanosas del ashanti: EspejiDay. Cada una de ellas, como conjunto difuso, amplifica exponencialmente la maestría en ingenierías astrales de Gyula, que puntea la laguna a través de unos microtelismos de Ariadna. Se ven tan suscitadoras las que guirnaldean el pozo, que los navegantes no distinguen lavanderas de manteles estaqueados, al captarlas fregando piedras en un agua seca y brillante, sin enterarse del todo qué operan, aunque sostenidas providencialmente por el Bocor que las besa, de la luna a la tierra, a través del agua y los árboles. Caterva de ondinas atentas al reglamento libre de la hojas. // Por entre la somnolencia aliabierta de las lavanderas, se discierne la mirada de los espías tras la línea de cañas, remando sin remos: con las manos sumergidas en el agua. Avanzan tan despacio como pueden en su barca inestable, improvisada con troncos y sogas, a lo largo de unas arteriolas de riachos empantanados. Ningún pájaro ni grillo, sólo el contemplante borbor de la luna que no existe. Y luego el pato, también inexistente, que se escucha dos o tres veces, antes de volver a la mente profunda del agua. Durante ese lapso todo se calla, hasta que Naná resurge del negral con una guirnalda dorada, extrayéndose a sí misma del ojo de agua.



Fragmentos de El Bocor, folletín fatimiano de Elina Auror.

28.4.11

El Jardín del Misterio

El ídolo, la joven cristiana, es la Luz manifestada,
que se manifiesta en el rostro de los ídolos.
(...)
Entra, ebria de noche, en el janaqab
y convierte los hechizos de los sufíes en una fábula.
Y si entra al alba en una mezquita,
no deja a ningún hombre sobrio.
(...)
Sus labios han hecho prosperar la taberna.
Las mezquitas se llenan de luz por su rostro.
(...)
Al alba entró por mi puerta esa luna
y me dijo: "Ahora, con este vino sin color ni olor,
lava toda imagen en la tabla de la existencia".
Tras apurar por completo esa copa pura,
caí ebrio en el polvo.
Ahora, ni estoy en mí, ni no estoy;
no estoy conciente, ni lánguido, ni ebrio.
A ratos, como sus ojos, estoy alegre,
a ratos, como su Cabellera, me siento alborotado,
a ratos, por mi indignidad, me hundo en la ceniza,
a ratos, por Su rostro, estoy en el jardín.

El Jardín del Misterio, Mahmud Shabestari.

1.3.11

El Zorro balcán

De hombro en hombro de los arbustos, es por la escama de piel que te pesco bretel (al toque de la hebra intocada), si bien cubierta o desnuda es idéntica transparencia la que enmascara a la tres del brezo en la olla. Es desde tu bretel que estiro el elástico de un antifaz, ahora cápsula, pleroma de luces que orbitan de sien a sien. Su gel emoliente me ablanda las partes. Subo el elástico, subo al caballo a los hombros de la yegua mudéjar (los arbustos...). El diorama se enciende desde los rayos del antifaz y relincha el yermo. Silban las llamadoras del corsage. Entre las cenefas de la capa y los setos andan las que hacen eses, ves, eles, las que asperjan la senda alfabética del Zorro balcán.



Prefacio a El Zorro balcán, informe fatimiano.