29.10.09

Esquirla un Éxodo ...

(...)
Rampo hacia una geosofía que crea su luz, como esos mosaicos bizantinos en los que el oro ilumina el espacio, fondo de oro rojo de los íconos y paisajes cobrescentes de la escuela persa ... es llamativo que esos paisajes a linterna no transparenten en el día, sino que incandezcan entre la medianoche y el alba sobre las arenas. La geosofía de visión se topa en cada vaho de grano con una psico-geografía de miración: entre ambas extraen la Sabiduría de las Arenas, no tanto una mancia escolar como una conspiración sígnica viva, o sobrenaturaleza victoriosa, ya que transfigura por hágase cada rayo de esto, en una sinfonía de pre-potencias de azar. Después uno sacude la cabeza para sacarse el polvo de la tumba, mientras recita de memoria los versículos intransferibles de su Éxodo.
Del Shaikh Adi

17.10.09

Salma - Saba - Belqis - Nezam - Isfandarmuz

Mientras íbamos y veníamos, dando vueltas ya alejadas ya irregulares, alrededor del omphalos de ónice, apareció a lo lejos un Sabio en bambula: Salma, Saba, Belqis, Nezam, Isfandarmuz, una Sabiduría resplandeciente entre las Contempladas.
Y "Oh Fravarti, ¿cuál es tu nombre?" (exagerando una frase inexistente del Qumran).
"Consolatrix", gesticuló algo en su esfera citando de otra inexistencia, otra fuente.
Durante la tarde siguiente, en el patio del arenario, recordamos que Belqis era y sigue siendo, en cada in-stancia de decantación, hija de un djinn y de una mujer terrestre.
"Una teofante" -no nos lo dijimos, lo leímos al unísono de una figura de geomancia que regía la cisterna-.
De allí en más cada vez que vibramos Gabriel, a los días u horas pasa el cuerpo de aparición de una joven árabe: como la que nos acompañó, ignoramos cómo, envuelta en una túnica azul-vendome y sonriéndonos, en la caja abierta al sol de una Ford F-100 al ir de un balneario a otro, después de las compras en Beth-Saida, o como la que ayer bailaba a dos metros en la disco volante de Spenta Armaiti.
De allí en más, con la lentísima doración de unas horas-años, no paró de acocinarnos en un rincón casi detectable de la aorta cardial, desde la que se nos remonta por la nuca en alguna noche elegida.