21.7.10

Isfandarmuz y el yac.

En el mezzanine de esa caja de pick-up Ford, barquinando por los médanos, compartimos el primer rapto, sin embargo retraído, al viajar a un metro del cuerpo de aparición de Isfandarmuz, sentada sobre una arpillera.
Iba, decían, con el chamán del Cabo, una especie de yac de pelo largo, casi carismático, aunque ella nos miraba y sonreía ocultada por el chiquetazo a ventarrones de su largo turbante.
No sabíamos si estaban disfrazados de árabes o si habían entrado espectacularmente a un autobjetivo delirio saudí. Pero ella aventajaba cualquier barrunte, nos lo hacía añicos: dominaba por irradiación la oniroplastia del sucundún por las arenas.
De pronto la camioneta paró porque bajaban ellos dos hacia su choza en el desierto, que no se veía.
Sí: era la acompañante de un yac.
La ví alejarse llevando de la soga al animal undular ... ella se iba apelotonando hacia los cuernos del yac, ambulativos se hacían de a poco del entorno, y desaparecieron apareciendo como otra cosa, en el acto: un arbusto y un ovillo, o la luna y un palo.
//Isfandarmuz te incurva cada hilo de zekr que voltaiza entre hemisferios.//
Elliff Ass Levis