17.6.11

Fatimah Torah

Cuando la Torah aparece fuera de su estuche y se esconde inmediatamente de nuevo, lo hace sólo para aquellos que la conocen y tienen confianza en ella, pues la Torah es una amada bella y bien hecha, que se esconde en una pequeña habitación retirada de su palacio. Tiene un solo amante, que nadie conoce y que permanece oculto. Por amor hacia ella, este amante pasa siempre delante de la puerta de su casa y, buscándola, mira por todas partes. La amada sabe que su amante va y viene sin parar delante de la puerta de su casa. ¿Qué hace ella? Abre una pequeña hendidura en la habitación oculta en la que se encuentra, y por un instante desvela su cara al amante, escondiéndose inmediatamente de nuevo. Todos los que, por ejemplo, estuvieran al lado del amado, no verían nada. Sólo que el amado la ve y todo en él, su corazón y su alma, se vuelve hacia ella, y sabe que, por amor hacia él, se ha dejado ver un instante y ha ardido de amor por él.


Lo mismo ocurre con la Torah secreta. No se revela más que a aquel que la ama. La Shekinah Torah sabe que el sabio de corazón camina cada día hacia la puerta de su casa. ¿Qué hace ella? Muestra su cara fuera de su palacio oculto y le hace una señal, luego regresa enseguida a su lugar y se esconde. Todos los que se encuentran allí no lo ven y no lo saben, salvo el sabio de corazón y todo en él, su corazón y su alma, se vuelven hacia ella. Por esta razón, La Torah está visible y escondida al mismo tiempo, y va llena de amor hacia su amado, despertando en él su amor.


Zohar, II-99.

5.6.11

Naná Buruku

Las devas del Dog operan en un ojo de agua circunvalado por árboles pesados, anfiteatro en el que se hunden las garras de la hiedra y los sauces. Apenas después de la medianoche algunas mujeres-sombra se acercan para oir a Naná aleteando junto al agua, en las aguas pantanosas del ashanti: EspejiDay. Cada una de ellas, como conjunto difuso, amplifica exponencialmente la maestría en ingenierías astrales de Gyula, que puntea la laguna a través de unos microtelismos de Ariadna. Se ven tan suscitadoras las que guirnaldean el pozo, que los navegantes no distinguen lavanderas de manteles estaqueados, al captarlas fregando piedras en un agua seca y brillante, sin enterarse del todo qué operan, aunque sostenidas providencialmente por el Bocor que las besa, de la luna a la tierra, a través del agua y los árboles. Caterva de ondinas atentas al reglamento libre de la hojas. // Por entre la somnolencia aliabierta de las lavanderas, se discierne la mirada de los espías tras la línea de cañas, remando sin remos: con las manos sumergidas en el agua. Avanzan tan despacio como pueden en su barca inestable, improvisada con troncos y sogas, a lo largo de unas arteriolas de riachos empantanados. Ningún pájaro ni grillo, sólo el contemplante borbor de la luna que no existe. Y luego el pato, también inexistente, que se escucha dos o tres veces, antes de volver a la mente profunda del agua. Durante ese lapso todo se calla, hasta que Naná resurge del negral con una guirnalda dorada, extrayéndose a sí misma del ojo de agua.



Fragmentos de El Bocor, folletín fatimiano de Elina Auror.