5.6.11

Naná Buruku

Las devas del Dog operan en un ojo de agua circunvalado por árboles pesados, anfiteatro en el que se hunden las garras de la hiedra y los sauces. Apenas después de la medianoche algunas mujeres-sombra se acercan para oir a Naná aleteando junto al agua, en las aguas pantanosas del ashanti: EspejiDay. Cada una de ellas, como conjunto difuso, amplifica exponencialmente la maestría en ingenierías astrales de Gyula, que puntea la laguna a través de unos microtelismos de Ariadna. Se ven tan suscitadoras las que guirnaldean el pozo, que los navegantes no distinguen lavanderas de manteles estaqueados, al captarlas fregando piedras en un agua seca y brillante, sin enterarse del todo qué operan, aunque sostenidas providencialmente por el Bocor que las besa, de la luna a la tierra, a través del agua y los árboles. Caterva de ondinas atentas al reglamento libre de la hojas. // Por entre la somnolencia aliabierta de las lavanderas, se discierne la mirada de los espías tras la línea de cañas, remando sin remos: con las manos sumergidas en el agua. Avanzan tan despacio como pueden en su barca inestable, improvisada con troncos y sogas, a lo largo de unas arteriolas de riachos empantanados. Ningún pájaro ni grillo, sólo el contemplante borbor de la luna que no existe. Y luego el pato, también inexistente, que se escucha dos o tres veces, antes de volver a la mente profunda del agua. Durante ese lapso todo se calla, hasta que Naná resurge del negral con una guirnalda dorada, extrayéndose a sí misma del ojo de agua.



Fragmentos de El Bocor, folletín fatimiano de Elina Auror.

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